MERCEDES SERRANO, mi abuela. Yo tenía 12 años cuando falleció, pero aún recuerdo su cara como si la tuviera delante.

Una abuela de las de antes, de ropa negra y con moño y recuerdo bien sus zapatillas negras, siempre con ese trozo recortado, por donde asomaban los juanetes.

Tenía 44 años cuando enviudó y se quedó sola con 6 hijos, una huerta y una nieta que compartía teta con mi padre, que con tres años era menor de los hermanos.

Días después del entierro de mi abuelo y como era costumbre, había que celebrar el funeral, que Don Jesús (cura de entonces) se encargó de recordar a mi abuela.

Ella estuvo de acuerdo, pero le dijo que tendría que esperar para cobrarlo, puesto que en ese momento el bolsillo no estaba muy boyante.

No puso buena cara el señor cura y contestó: Mira Mercedes, no te preocupes, como te tendrán que dar la ayuda de los «Socorros Mutuos» (mi abuelo fue presidente

de la Asociación) lo vamos a dejar hasta entonces, que ya me lo podrás pagar. Mi abuela cogió al cura del brazo, le acompañó hasta la puerta y le despidió diciendo:

No se preocupe usted, que he pensado que a mi marido no le hace falta ningún funeral y que el dinero que tendría que pagarle, mejor lo guardo para que coman mis hijos.

Con el Clero se topó. Mi abuelo se quedó sin funeral (estoy segura de que le hubiera importado bien poco) pero… ¡olé mi abuela!