No me digas que lavabas la ropa en las fuentes, la secabas sobre la hierba  y volvías cargada con ello. No he entendido nunca porque las sábanas blancas te quedaban tan blancas.

Te las ingeniabas para dar de comer a todos, cambiando los huevos de tus gallinas por otra cosa, echando más agua al caldo, estirando las sobras hasta que hubiera para todos, o… quedándote tú sin ello.

Abuela, no me digas que al ver a un hombre con una hogaza de pan, le pediste un trozo diciéndole que era muy grande para él solo y tú tenías cinco niños esperando en casa.

No me digas que mientras tu marido se iba a esquilar ovejas a otros pueblos, tú tenías que encargarte de las tierras y te ibas a coger algarrobas o al melonar. Eso sí que es conciliar la vida laboral y  familiar!

No me digas que cuando, tu cuñada y tú veníais del río, con unos cuantos peces para vender,  como quien lleva un tesoro ,  os paró la Guardia Civil y no os los requisaron porque, por esa vez, se apiadaron de vosotros.

Cuando era pequeña, después de la escuela, iba a tu casa, siempre limpia, donde merendábamos y de allí recogí todos los agradables olores que producía aquella cocina y los guardé en el frasco de mi memoria para poder recordarlos siempre: olor de tortas en el horno en forma de muñecas, de nícalos asándose encima de la placa, de picadillo en la sartén,…

Pasaste dos pandemias: la de la escasez y la del miedo. Y venciste las dos sin pronunciar una queja, al contrario, repartiendo palabras de aliento y cariño para los que te rodeaban.

Pocos derechos y muchas obligaciones para usted, doña Leandra de Pablos López.

Resiliencia, reducir, reutilizar, reciclar, … No sabías de la existencia de esas palabras, pero sí supiste su significado y lo practicaste con gran dignidad.

No se nos educa con lo que te dicen, se aprende cuando ves cómo actúan las personas que quieres.

Gracias abuela por haber estado en nuestras vidas.