A mi abuela Antonia Cuesta García:

 

Todas las abuelas tienen la virtud de ser estrellas. Todas alcanzan la gloria de conseguir la atracción de sus nietos, de que las miremos y brillen por siempre en nuestros ojos y en nuestros corazones.

Sí, soy uno de esos millones de afortunados, con la particularidad de que claro, para mi, mi abuela fue la mejor abuela del mundo.

Soy de los que salieron del pueblo para estudiar, para trabajar; de los que soltaron amarras y se distanciaron pero siempre seguimos atados y cercanos a nuestro pueblo, a nuestra Nava de la Asunción.

Mi abuela fue quien construyó el puente que siempre nos unió, y lo hizo a través de hechos, de palabras, de regañinas (siempre con razón), de silencios, cuando estuve viviendo con ella pero también cuando muchos kilómetros nos unían… sí, construyó un puente sólido de amor.

Mujer de energía, mujer de calma, mujer de consenso, mujer de aplacar, mujer de silencios, mujer generosa, de pensar en los otros, mujer de cariño, mujer de amor a los suyos, de afectos y reconocimiento para y por los demás.

Exenta de egoísmos, mostraba sus afectos y su amor de mil formas. Para mi, una de sus mayores muestras era cada año que se produjo, cuando viviendo yo a más de 500 kms, solo una vez al año podía venir por trabajo y ya más cerca, a 150 kms del pueblo, la llamaba un día para decirla “abuela, mañana puedo ir aunque deba volver en el día”.

Y ella me decía, “pero hijo, para qué vas a hacer tantos kilómetros con lo peligrosa que es la carretera, a ver si te va a pasar algo; si ya hablamos y se que estás bien; yo estoy bien”.

Ella sabía (y yo se que esperaba) mi respuesta: “hasta mañana abuela”.

Mi última visita a ella fue tras varias entradas y salidas que ella tuvo en el hospital de Segovia. Yo seguía a 500 kms. Un día de los varios que recibí llamada en el trabajo diciendo “abuela ha ingresado otra vez”, llegué ya de noche a casa y dije “preparemos a la niña (tenía 5 meses); mañana sin falta nos vamos a Segovia a ver a abuela; tengo un presentimiento”.

Llegamos sobre mediodía, se iluminó su cara al verme, tanto como se me encogió a mi el alma… compartí unos momentos preciosos; ni entonces dejaba de mostrar lo desprendida que era y lo mucho que pensaba en los demás, en aquél momento en la niña pequeña aún cuando yo la tranquilizaba diciendo que estaba bien, que podían esperar y que descansaría en Nava.

Me despedí de ella con un beso y cuando iba a cerrar la puerta me llamó y me dijo “hijo, dame otro beso”.  Se me rompió todo por dentro: qué inútil me sentí no pudiendo ofrecer ayuda alguna a quien tanto había hecho por mi!.

Me fui sabiendo que ese beso iba a ser el último. Unas horas después, en Nava, recibimos la llamada de que se había ido definitivamente.

Siempre supe que aquella decisión que tomé para recorrer los 500 kms y despedirme de ella fue por una llamada suya; no había móviles pero teníamos nuestro puente de amor.

Han pasado muchos años y cada vez que voy a Nava, afortunadamente ahora mucho más a menudo, sigo viendo ese paisaje de nuestra tierra, de nuestro cielo, tan amplios de extensión e intensidad en sus colores como cuando pasaba por ellos con la ilusión y alegría de quien se acerca a una referencia de vida, como ella fue para mi.

Gracias por siempre abuela.

Dios te tenga acogida en su Gloria.