A mi madre Antonia García Cuesta

 

Me cabe la satisfacción de saber que si hubiera habido elecciones sobre la mejor madre del mundo, para mi, tu hubieras ganado.

Ya se que lo suscribiría cualquier otra persona para su propia madre pero… hablo de la mía, pues al fin y al cabo es la única MADRE, mi única MADRE, MI MADRE y por tanto, diré de ti que:

Eras tímida, sencilla, básica, prudente, lógica, recta, generosa, agradecida, honrada, enérgica, sufrida, alegre, pesimista, optimista, realista… diré en definitiva que tenías todas las virtudes, pues lo que pudiera parecer defecto tu lo diluías y transformabas en nueva virtud.

Para los méritos que a menudo yo hacía de pequeño, nunca fueron demasiadas las veces que me corregías, que me regañabas, que me pegabas con la zapatilla, con la goma del fregadero, siempre con golpes amortiguados que no dolían – ¡gracias!

Aprendí de ti tantas cosas que enumerarlas en un folio es imposible pero me queda la joya de decirte que tras 6 años de tu marcha aún me sobresalto cuando a menudo antes de acostarme llega a mi mente un repente de “¡uy, no he llamado a mi madre!“, como si aún estuvieses aquí.

Quizás otra joya sea, como ves, la alegría de sentir que tras 6 años de tu marcha, los ojos se me humedecen ahora, cuando estoy escribiendo sobre ti…

Recuerdo nuestros viajes juntos, las muchas idas y venidas al pueblo, los menos a lugares algo más lejanos, lo muchísimo que los disfrutamos todos, pues siempre con tu moderación y lógica sabiduría en todo veías alegría, sentías, creabas y compartías satisfacciones.

Hablo de cuantísimo eras capaz de dar y de la grandeza que ello muestra de lo que ha sido siempre tu vida, pensando en todos, en tus padres, en tu marido, en tus hijos, en tus hermanos, en tus sobrinos… dejaste huella por donde pasaste y fuiste referencia aglutinadora de consensos positivos.

Diste tanto amor que hasta la tristeza la transformabas: nunca daré suficientes gracias a Dios por haber tenido la oportunidad de acompañarte tus días finales.

De hecho ya se las di mucho en aquél último momento, cuando ya iniciabas el camino a la eternidad pues ya roto por dentro me iluminaste los pensamientos: los transformaste en agradecimiento por el dolor que sentía; los transformaste en alegría por sentirlo, por sentir tanto dolor, por considerarlo mínimo tributo y reconfirmación del amor inmenso que te tenía/te tengo pues fuiste capaz de crearlo en mi con tus enseñanzas y entrega.

Vives en mi corazón y lo que es muy importante, eres frecuente referencia de mis hijos, tus nietos, vives en su corazón. Me enorgullece ver el cariño con el que hablan de ti cuando repiten frases a palabras tuyas: “pero, ¿de dónde habrá salido este?”… “qué “quiguy” tan bueno”…  cuando cuentan anécdotas de los veranos en el pueblo o dondequiera que fuese contigo, anécdotas de siempre…

Has dejado huella en ellos, eres una referencia para ellos, mucho más de lo que tu humildad te hizo creer que lo podrías conseguir… de hecho eso era parte de tu grandeza.

Gracias por siempre, madre.

Dios te bendiga. Dios te tenga acogida en su Gloria.